sábado, 10 de abril de 2010

Horner, un dorsal diferente. A los 38 años, ha aprovechado su segunda aventura en el pelotón europeo

Chris Horner está a 22 kilómetros de saldar una vieja deuda. Ha tardado mucho, pero a sus 38 años puede lograr esta tarde su primera gran carrera por etapas en territorio europeo.

Sólo tiene que remontar el segundo de ventaja que le lleva Valverde. Si lo logra, la Vuelta al País Vasco puede ver en lo más alto del podio a este superviviente del ciclismo, un deportista atípico al que el Saunier Duval le abrió las puertas de su segunda oportunidad para brillar en el Viejo Continente y que desde 2006 se ha convertido en un gregario de lujo, al servicio de grandes como Cadel Evans, Alberto Contador y Lance Armstrong.
 
Hablar de Horner es hacerlo de uno de los mejores ciclistas estadounidenses de los últimos tiempos. Y de un tipo hecho a sí mismo, natural de Bend (curva), en Oregón, y que para cubrir el calendario de competiciones viajaba con su familia en una autocaravana. Sus primeros dólares los ganó en una tienda de bicicletas y con ese dinero inició su carrera. Pasó a profesionales en 1995, y muy pronto le llegó la oportunidad de saltar a Europa.
 
Sucedió que en 1996 acudió a una competición en Sudáfrica, donde Alain Galopin, segundo director de La Française des Jeux, había ido para fichar a Baden Cooke. Y se llevó a Horner. Pero el estadounidense no se adaptó en sus tres siguientes temporadas al ciclismo europeo. Vivir en Francia, alejado del sol y del calor de Oregón, le pasó factura, y apenas obtuvo resultados. Así que cuando terminó su contrato, empaquetó los trastos y regresó a su vida americana, a recorrer la geografía en autocaravana en busca de carreras donde demostrar su calidad. Lo hizo de sobra. En 2000, unos meses después de su regreso, ganó el Tour de Langkawi, en Malasia. Y en Estados Unidos dominó tres años seguidos la clasificación del circuito americano.
 
Pero tenía una espina clavada. Triunfar en Europa, y además, deseaba correr un Tour. A los 33 años y de la mano de la formación española Saunier Duval le llegó su oportunidad. En 2005 estrenó su palmarés europeo con una victoria en el Tour de Suiza, lo que le sirvió para ganarse la plaza de cara a la Grande Boucle, su sueño.
 
Desde entonces, Horner ha sido una pieza importante en sus conjuntos. Fue la mano derecha de Cadel Evans en el Lotto, y después pasó a prestar sus servicios al Astana de Contador. Con la llegada de Armstrong al equipo, se produjo el encuentro de dos estadounidenses veteranos, que apenas se llevan un mes de diferencia y que, pese a lo que pudiera pensarse, apenas habían coincidido. Pero desde entonces no se han separado. Cuando el siete veces ganador del Tour creó el RadioShark, se lo llevó con él, que fichó por dos temporadas, así que cuando concluya su contrato tendrá 40 años. «Mientras yo vaya rápido, no tengo intención de parar».
 
Y lo está demostrando en este inicio de 2010, después de superar un 2009 aciago. Tuvo hasta cuatro caídas: Tour de California, País Vasco (rotura de clavícula), Giro y Vuelta a España (rotura de pelvis), pero ninguna pudo con el espíritu aventurero de este ciclista diferente, que tiene una debilidad cuestionable en el estricto régimen del pelotón: la comida de los McDonals. Recuerda en su web que cuando competía en Estados Unidos «mi dieta consistía en comer lo que quería y cuanto quería. Mis compañeros comían pasta y yo donuts. Y no me fue mal, gané más de 65 carreras». En el Mundial de 2004 en Verona abandonó la concentración para irse a comer una hamburguesa con patatas fritas y al día siguiente fue octavo. Reconoce que cuida su dieta, pero sigue dándose algún homenaje. Quién sabe si puede ser esta noche, si se coloca la txapela de ganador de la 50ª edición de la ronda vasca. Ya le avisó el lunes a Matxin, su antiguo director: «No se lo digas a nadie, pero he venido a ganar».
 

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